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El náufrago salvadoreño José Salvador Alvarenga, quien sobrevivió más de un año en el océano Pacífico, era esperado con ansiedad por su familia en su natal Garita Palmera, un pueblo costero donde curiosos vecinos quieren oír de su boca el relato de la fabulosa odisea.

“Biembenido (sic) a casa”, se lee en letras azules en un improvisado cartel que la familia preparó para colgar en la humilde vivienda, en esta comunidad rural situada 118 km al suroeste de San Salvador.

Su hija Fátima, de 14 años, infló globos azules y blancos para adornar la pequeña casa de ladrillos, pintada de verde y ubicada a la orilla de una calle polvorienta, a medio kilómetro de la playa.

“Es una alegría para todos nosotros”, afirmó Ricardo Orellana, padre de Alvarenga, en el corredor de la vivienda, adonde desde la mañana del martes llegaron cuatro policías a prestar seguridad.

La madre, María Julia Alvarenga, permaneció estos días lejos de cámaras y micrófonos, aquejada por la diabetes; pero el martes estuvo de mejor ánimo e hizo pupusas, para vender a los periodistas hambrientos que esperan captar el reencuentro familiar.

“A mi esposa la estamos preparando para que cuando vea a José no se nos vaya a poner mal de salud, pues ya la tuve que llevar al hospital porque se me agravó”, contó don Ricardo.

La familia tiene adornada la entrada de la casa con ramas y hojas de palmera, una costumbre en las zonas rurales de El Salvador para las celebraciones importantes.

Alvarenga, de 37 años y quien salió a pescar tiburones en la costa mexicana del Pacífico en diciembre de 2012, apareció el 30 de enero pasado en las Islas Marshall, a una distancia de 12,500 kilómetros.

Sobrevivió, según su relato, comiendo pájaros y pescado crudos, y bebiendo sangre de tortuga y su propia orina. Un compañero llamado Ezequiel, de 24 años, murió durante la travesía, incapaz de soportar esa dieta, explicó el superviviente.

El náufrago salió el lunes en avión de las Islas Marshall, hizo escalas en Hawai y Los Angeles (EEUU), donde fue sometido a revisiones médicas y llegará en la noche de este martes a El Salvador.

En Garita Palmera los vecinos han conocido la historia del náufrago a través de la prensa y hoy están expectantes al saber que pronto llegará.

Rosa Contreras, de 21 años, conduce lento su bicicleta cerca de la casa de la familia del náufrago y curiosa observa a las personas, en su mayoría periodistas llegaron con sus cámaras, computadores y hasta antenas para transmisión vía satélite.

“Da curiosidad ver tanto movimiento de gente, dicen que casi viene el chelito”, afirma Rosa, mientras una sonrisa se dibuja en su rostro de piel morena y agita su cabellera negra recortada hasta la altura del cuello.

Cuando era pequeño, le decían “Chele Cirilo”, explica Rosa. El sobrenombre alude al regionalismo salvadoreño de llamar ‘cheles’ a quienes tienen el cabello castaño claro o la piel más blanca.

En Chocohuital, sureste de México, de donde zarpó, era conocido como “Chancha” porque , según sus amigos “él no era asqueroso” y “comía de todo” según relató Bellarmino Rodríguez, quien fue jefe del náufrago.

Al igual que Rosa, otros vecinos acuden a husmear cerca de la casa, también montados en bicicletas, el medio de transporte común en Garita Palmera.

En este pueblo de palmeras, que vive del turismo y la pesca, muchos han seguido de cerca la extraordinaria historia.

Manuel Antonio Paz, de 33 años, robusto y de piel rojiza quemada por el sol, se ha dedicado toda la vida a la pesca artesanal y cuenta que conoce a José Salvador desde niño.

“Ese chele siempre fue buena onda, le gustaba andar metiéndose a pescar y por eso no dudo que logró sobrevivir todo ese tiempo en el mar, uno si es pescador debe saber aguantar hasta donde se pueda”, expresó Paz.

Tras la faena, se dispone a jugar fútbol en la playa junto a otra veintena de pescadores y han puesto sus lanchas sobre la arena negra.

Unos pescadores jovencitos dicen que “les gustaría” que el náufrago les narrara de su propia boca cómo hizo para sobrevivir tanto tiempo en el océano.

“Quisiera que él viniera a sentarse con nosotros aquí en la playa y que nos contara esa aventura, pues para nosotros los que estamos más bichos (jóvenes) nos serviría para aprender a sobrevivir”, afirma Tomás Leiva, de 17 años, mientras enrolla su red de pesca.

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